El Arte Vikingo.
En el Norte Germánico.
En el mundo de los germanos no existía el arte en el sentido moderno del mismo. Su arte era casi exclusivamente decorativo. Se encuentra en broches y hebillas, en espadas y escudos, en lanzas de coches y en codastes de barcos, en una palabra, en todos los sitios donde se ofrecía la posibilidad de llenar una limitada superficie vacía.
El horror al vacío fue una de las secretas fuerzas impulsoras de los ejércitos artísticos germánicos. Debido a eso, por lo general, trabajos de pequeño formato de forjadores y tallistas constituyen el material de la investigación. El arte de los vikingos se ha inmortalizado en las piedras rúnicas y en aquellas altas piedras angulosas y casi del tamaño de un hombre que constituyen una especialidad de la isla sueca de Gotland.
Sus rasgos comunes son los mismos elementos que caracterizan las tallas de Oseberg: figuras de animales y motivos ornamentales. El arte germánico se presenta (salvo pocas excepciones a las cuales pertenecen las obras de los escultores de Gotland) como ornamentación de motivos animales. En el Norte europeo esta ornamentación dominó durante setecientos años el ámbito artístico, aproximadamente desde el siglo V hasta el XII.
Se originó en el arte antiguo tardío, al que los forjadores germánicos han de agradecer el conocimiento de los motivos alemanes y el encuentro con los modelos de tallas del territorio romano Rhin-Danubio y, por tanto, el descubrimiento de aquel estilo decorativo, refinado y técnicamente perfecto, cuyo efecto principal surgía del "encanto inmediato óptico-sensual" de las movidas superficies. Sin embargo, no fue sólo el arte romano tardío el que proporcionó la clave de los orífices y plateros germánicos. En el esplendor de su producción de objetos de adorno y de armas perduraban también influencias celtas y, transmitidas por talleres góticos, tradiciones escitas y sarmáticas.
Según Holmqvist, se debe por tanto, contar con tres componentes principales en el arte nórdico: la componente oriental, que procede sobre todo de la cultura asiática de las estepas, la celta y la romana. Pero no se trata de un simple prisma de tres caras, sino de una multiplicidad de diversos reflejos: escita-celta, celta-romano y otras mezclas parecidas en el Este; romano- germánico, celta-romano, etc, en el Oeste.
Así, los forjadores artísticos germánicos tienen en su ornamentación de motivos animales una abundancia casi incalculable de formas e influjos a su disposición. En los territorios costeros del mar del Norte, de Dinamarca y Noruega, así como en las costas alemanas del mar del Norte, nació, en la segunda mitad del siglo V, el llamado "estilo animal I", que se caracteriza por una consecuente estilización de las figuras orgánicas de animales: el primer paso para subordinar el mundo naturalista de las formas al ornamento abstracto.
Ya en esta primera fase del estilo animal germánico, los artistas nórdicos iniciaron, a finales del siglo, sobre todo los suecos, la vanguardia del desarrollo. La figura animal fue despedazada por ellos en sus elementos formales sin contemplación alguna. La cabeza y el cuerpo, las patas y las garras se liberaron de su relación anatómica y pasaron al complicado juego de líneas de la decoración, esa vigorosa obra de marcos y molduras que en este tiempo asume el mando sin encontrar resistencia. El animal quedó desnaturalizado. Adoptó la forma de entrelazadas líneas y cintas.
Típico de este primer florecimiento de la ornamentación nórdica, con motivos de animales es un brazalete encontrado en la parroquia sueca de Ekeby, brazalete de plata fundida sobredorada en el cual, además de la cabeza y de los ojos telescópicos de las figuras frontales, se descubren en la composición brazos y piernas de personas colocados arbitrariamente, como los restos que se arrojan de una comida. Un ribete de fantásticos animales que se arrastran y están al acecho o de partes de tales animales forma el inquietante borde del brazalete, cuyos detalles recuerdan las fragmentadas imágenes humanas de las telas de Picasso. También las composiciones de líneas y curvas por el estilo de Paul Klee les vienen a la mano, por lo visto fácilmente, a los artistas de este capítulo artístico, el más antiguo de la ornamentación nórdica a base de animales.
Con la aceptación de los modelos de cintas entretejidas del Mediterráneo oriental se desarrolló, en el siglo VI, el "estilo animal II", germánico, que desde la Italia de los lombardos avanzó hacia el Norte, conquistó la Renania franca y el mundo insular anglosajón y pronto penetró también en los países escandinavos. En Suecia, donde el estilo fue recibido en principio por la forja artística de los Svear,
influenció fuertemente; pero sin tardanza, con tanto temperamento como voluntad de forma, los vikingos lo convirtieron en un estilo propio: el "estilo Vendel", que debe su nombre al gran cementerio de tumbas-barco de Vendel, en Uppland. Los talleres de la cultura Vendel, cuya época primitiva A pertenece aún, según los métodos actuales de clasificación, al período más antiguo animal, mantenían indefectiblemente un desprecio soberano a la anatomía. Pero los delgados cuerpos de animales en forma de cintas del siglo VI realizaron una nueva metamorfosis y se convirtieron totalmente en complicados adornos de lanzas y líneas. Sus patas de araña se transformaron en extraños nudos y rizo, los cuerpos desaparecieron, incluso las obligadas máscaras; el rostro con sus fauces abiertas, sus lamedoras lenguas y sus cuellos delgados como hilos se sumergieron bajo el frondoso ornamento de las líneas.
Con el trabajo mediterráneo del trenzado también en el Norte se abrió camino el motivo clásico de los zarcillos de la vid y del acanto. Los tallistas nórdicos gustaron de los detalles vegetales, pero no exageradamente. No tuvieron escrúpulos para sustituir las antiguas teorías de los sarmientos del acanto y de la vida por las guirnaldas de cabezas de animales mordedores y con los ojos saltones y también de esta forma verter el "estilo animal II" germánico en una peculiar forma germánica del Norte.
El florecimiento tardío del "estilo Vendel" (en el lenguaje profesional llamado Vendel-E) desembocó en el "estilo animal III", que es íntegramente un producto escandinavo. Esta forma final del arte previkingo nació, aproximadamente, en el 700 con las corrientes cada vez más enigmáticas de los elementos formales irlandeses y anglosajones. Pero las fuerzas resultaron insuficientes para una fusión creadora de estos elementos importados. Los nuevos impulsos (alambicadas y complicadas figuras de animales traídas de Irlanda, dibujos botánico-zoológicos de zarcillos procedentes de Inglaterra), si bien dejaron una inquietud perceptible, no llegaron a constituir un momento estelar del arte.
Los artistas decorativos nórdicos enriquecieron todavía más su repertorio de formas con las aportaciones del Occidente europeo. El resultado fue una especie de superlativo. Los cuerpos de animales en forma de cintas se entrelazaron en ocho clases de nudos cuyas intrincadas curvas apenas podía ya seguir ni siquiera el ojo bien educado para ello. El juego de las líneas se hizo cada vez más complicado, más extraño, más caprichoso. Sin embargo, la técnica artesana alcanzó en esta misteriosa ornamentación un extremado refinamiento y una perfección hasta entonces no conocida.
Pero este florecimiento era un producto decadente. Rico en gracia, en arrobamiento y en espíritu caprichoso, pero pobre en sustancia, el arte decorativo nórdico de finales del siglo VIII mostraba todos los síntomas de una incipiente anemia. En esta situación, el encuentro con las obras de renacimiento carolingio a comienzos de la época de los vikingos tuvo el efecto de una reanimadora transfusión de sangre. El motivo que se impuso a la parpadeante fantasía de los forjadores artísticos y de los tallistas vikingos fue la figura favorita de los francos en libros y paredes: el león. Los artistas nórdicos se apoderaron del melodramático rey de la selva, pero cambiaron su imagen de forma tal, que adoptó una figura y una fisonomía completamente distintas. Este león así enriquecido con elementos nórdicos entró en la historia del arte como el grifo vikingo.
Era un animal que servía para todo, el animal completo por antonomasia: macho cabrío, perro y jabalí al mismo tiempo, distendido como un gato, obeso como un osezno. De cuerpo esbelto, caderas llenas y gruesas, extremidades largas, cimbreantes. Nacido de una fantasía desenfrenada: ridículo pero dinámico; grotesco pero peligroso; cómico pero muy agresivo. Porque este monstruo está constantemente dispuesto a dar el salto. Se revuelve con amplios movimientos. Se encabrita, estira, extiende, entrelaza sus miembros, los reduce, los hace un ovillo y los enreda entre sí. Siempre en movimiento enfermizo y lleno de violencia, siempre lleno de vida, malignidad y fuerza ofensiva. Infinitas posibilidades de variantes, se dice en la descripción que hace Brondsted del grifo ario, viven en el maravilloso animal de redondos ojos saltones. Los miembros delanteros y traseros hinchándose plásticamente, las garras siempre arañando y sacudiendo... un animal fantástico que a los vikingos debía hacerles una gracia enorme.
Pero no sólo eso; el grifo fundó un estilo de extraordinaria fuerza vital, fue la fuente de la juventud de una inagotable renovación del viejo arte ornamental nórdico sobre motivos animales y durante doscientos años le regaló su indeleble peculiaridad. Las tallas de Oseberg marcan las etapas de este proceso de renovación con insuperable claridad, sobre todo en las diversas cabezas de animales. Al principio están los trabajos del académico conservador que cubre la lanza de tiro del fastuoso trineo con figuras de pájaros que se entrelazan en múltiples combinaciones y la termina con la talla de una maligna cabeza de dragón que ríe sarcásticamente. Se le considera el maestro más seguro, más exacto y detallista de todos los maestros de Oseberg. Las entrevesadas líneas de su cabeza de dragón están trabajadas con inquietante pulcritud en la pardusca madera de arce. No hay ninguna intranquilidad en la composición, ningún tanteo inseguro con el cuchillo; con claridad y con firmeza, el dibujo de ha vertido en la oscura madera. La característica especial en esta obra tan elegante como majestuosa consiste en el cuello liso entre la parte de la cabeza cubierta con cuerpos de animales entrelazados y el ornamento geométrico del alzacuello.
Pero el conjunto produce la impresión de algo demasiado conseguido, demasiado acabado, demasiado hecho. Es un producto de ese estilo de perfección que los tallistas nórdicos de alrededor del 800 dominaban, aparentemente, sin el menor esfuerzo. A este producto le siguió el encrespado dramatismo de las tempranas formas del grifo en la obra del renacimiento carolingio que igualmente cubre la cabeza de un grotesco ser fabuloso con un trenzado de entrelazados cuerpos de animales. Allí hierven, según Oxenstierna, gordos y vigorosos grifos pequeñitos de narices chatas y ojos saltones. Se agarran convulsivamente entre sí, se tiran y se arañan con garras y patas, desarticula sus pesados cuerpos para encontrar sitio: la zarpa a la garganta, seis puños cruzados en todas direcciones. Se aferran a los desnudos tupés, olfatean los bordes, se muerden en la grupa. Finalmente todos se acomodan. Ni un segundo reina la calma; todo sigue lleno de tensión, de movimiento y de vida. Y este singular conjunto
en una cabeza de dragón que ríe con afilados colmillos.
No hay nada que preguntar: se trata de un nuevo estilo. Si bien el renacimiento carolingio está aún presente, el renacimiento carolingio que rige entre los tallistas de Oseberg marcha ya por un camino propio. Y luego el maestro barroco que cubre sus dragones con corazas de escamas en un pequeño medallón en cuya limitada superficie se desahogaban centenares de expansivas figuras de animales: cuerpos estirados y flexibles de animales de presa que se levantan vigorosamente de la superficie. A pesar de esta postura se tiene la impresión de que ni la rozan siquiera. La talla produce la impresión de una envoltura ornamental, la cabeza y el cuello del monstruo de piedra rodeados como por una red. El relieve decorativo no se contenta con suprimir la superficie, casi la hace desaparecer. El maestro barroco que, como el más joven de los tres grandes tallistas de Oseberg, trabajó alrededor del 850, dominaba ya el estilo grifo con la más alta perfección. Quien se adentra en los detalles ve y comprueba en sus trabajos una exótica y desbordante fantasía que juega sobre un trozo de seca madera como en un órgano lleno de sensibilidad del que pulsase todos los registros. Todos sus animales se encuentran como
en salvaje levantamiento y se afanan como locos en el angosto redondel en que los ha encerrado la mano del artista. Se muerden, se encabritan, se anudan se atacan y se rechazan entre sí: un verdadero aquelarre de brujas de hirviente temperamento y vertiginosa actividad.
Y todo esto como hecho para verlo con lupa, en el más pequeño espacio concebible. Fastuosidad barroca en miniaturas. Nunca y en ninguna parte se ha realizado mejor artesanía. El estilo grifo para cubrir superficies ha conquistado y sometido en poco tiempo los talleres de decoración y tallado de los tres países nórdicos. El animal en sí experimentó algunos cambios en el transcurso del tiempo. Las partes de las caderas se hicieron más compactas, el cuerpo y la cola se estiraron y convirtieron en un hilo. La grupa adoptó la forma de un semicírculo que se cruzaba con el cuello. Y al final de rebasado el milenio se acercó de nuevo al gran león. Pero estos cambios no afectaron en nada a su fuerza vital. Sin ninguna violencia para conseguirlo, el grifo alcanzó una edad de más de doscientos años.